Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1869-1871 (Cortes Constituyentes de 1869 a 1871)
Sesión: 13 de julio de 1869
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Rebullida
Número y páginas del Diario de Sesiones: 125, 3.695
Tema: Establecimientos penales

El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN (Sagasta): El Sr. Rebullida no ha podido menos de reconocer la buena fe y los deseos del Gobierno al traer este proyecto y al hacer que sea examinado y discutido por todas las fracciones de la Cámara, de las cuales al efecto se compone la comisión, porque estas cuestiones no tienen nada que ver con la política.

Su señoría quiere que los jefes de los establecimientos penales lo sean por oposición; pero este es un cargo que no puede darse de esta manera, porque es el límite de una de las carreras de la administración, y porque para ejercerlo se necesita principalmente mucho tacto, sentimientos de humanidad mezclados con gran energía, y fibra, y dotes de mando, condiciones y cualidades que pueden muy bien no reunir todas las personas por más que tengan ciencia, instrucción y aplicación y otras prendas buenas.

Por lo demás, esté tranquilo S. S., porque a nadie más que al Gobierno interesa que la dirección de los presidios sea buena y diferente de lo que ha sido hasta aquí.

Pero el Sr. Rebullida, sin duda para dar más fuerza a sus argumentos, ha hecho un cargo al Gobierno, y muy especialmente al Ministro de la Gobernación, diciendo que ha habido comandantes de presidio indignos de serlo por los malos tratos que han dado a los penados. Yo no he sabido que haya ninguno que se encuentre en este caso; aunque lo haya, no por eso deben echarse todos sobre esa especie de sambenito; pero de todas maneras, si S. S. sabe de algún comandante que no cumple bien con su deber, que no sea acreedor a continuar en ese puesto, dígamelo, yo se lo agradeceré; tomaré antecedentes y si resultan ciertas las noticias de S. S., esté seguro de que ese empleado será separado inmediatamente como lo habría sido si antes lo hubiera sabido, porque yo en la provisión de los empleos públicos, y sobre todo de empleos de responsabilidad e importancia, no atiendo más que a los merecimientos, a la buena conducta y a la aptitud de los que han de desempeñarlos.

En cuanto a las inspecciones, yo no las doy toda la importancia que cree el Sr. Rebullida: las inspecciones sirven de algo cuando se trata de inspectores aptos, y sobre todo honrados, porque aun cuando los comandantes pueden hacer ocultar muchas cosas, los buenos inspectores saben descubrirlas sin más que examinar los confinados, ver cómo están vestidos, reconociendo los almacenes, los comestibles, los medicamentos, las recetas, etc. Es evidente que los comandantes cuando saben que se va a girar una visita procuran tener las cosas mejor dispuestas que de ordinario; pero esa apariencia ligera desaparece ante el ojo perspicaz del inspector entendido.

Pero cuando se trata de un inspector inepto, y sobre todo malo, que en vez de cumplir con su deber va a hacer su negocio, entonces los comandantes no tienen necesidad de ocultar nada; entonces los inspectores serán ciegos y no ven, sordos y no oyen. Pero cuando los inspectores cumplen bien con su deber, además de las visitas ordinarias hacen otras extraordinarias, sin que los comandantes tengan ningún antecedente de ello: entonces cogen los ranchos y los prueban, ven al confinado cómo está de ordinario, ven la disposición en que están las cuadras, los petates, los dormitorios y todas las dependencias de los presidios; esas visitas se hacen también repentinamente, en cuyo caso no pueden menos de dar buen resultado, a no ser que se suponga connivencia entre el inspector y el comandante; entonces no es que no sirva la inspección, entonces la inspección es mala y el menester es poner remedio.

Por lo demás, las inspecciones dan y han dado buenos resultados, aunque otras veces no haya sucedido así, porque los inspectores tomaban ese cargo para lucrarse; entonces a loa abusos de los comandantes y los empleados hay que aumentar el abuso del inspector. Pero esto no debe tomarse como argumento para decir que los inspectores no sirven de nada; las inspecciones bien organizadas es necesario sostenerlas, porque no es cosa de dejar a los comandantes completamente aislados: no lo están, porque siempre tiene cerca de sí a los gobernadores; pero para dar unidad a la dirección conviene que dos, tres, cuatro personas recorran las cárceles, propongan las reformas convenientes y la separación de los empleados que no hayan cumplido con su deber. Esté, pues, tranquilo S. S.: el Gobierno se propone con este proyecto de ley mejorar la condición de los penados y moralizar los presidios, y para esto es necesario empezar por moralizar los empleados que no han sido lo que debieran ser. Hay, sin duda, aquello de decir que para cuidar los criminales no se necesita ser hombro honrado; y la verdad es que en los empleados de presidio ha habido abandono: ha llegado la desmoralización a un extremo que asusta; pero eso trataremos de evitarlo, mucho más después de oír las observaciones del Sr. Rebullida al proyecto de ley que se discute.



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